A los 64 años, Leonardo da Vinci emprendió su último viaje. Invitado por Francisco I, abandonó Roma y cruzó los Alpes en otoño de 1516. En alforjas de cuero, llevó consigo lo que le era más preciado: sus cuadernos y bocetos, así como tres grandes obras, hoy conservadas en el Museo del Louvre: La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana; San Juan Bautista; y la famosa Gioconda.
Nombrado «primer pintor, ingeniero y arquitecto del rey», se instaló en el castillo de Clos Lucé durante los tres últimos años de su vida. Allí diseñó asombrosos autómatas para las fiestas reales, trazó los planos del palacio Romorantin para albergar a la corte, elaboró un proyecto para desecar la Sologne, inspiró la escalera de doble revolución del castillo de Chambord… Trabajó incansablemente en obras hidráulicas, arquitectónicas, filosóficas, anatómicas y botánicas.
En la intimidad del maestro italiano
Desde 1954, la familia Saint Bris pone aquí toda su energía para revivir el espíritu del genio toscano. ¡Misión cumplida! En esta casa de ladrillo rosa y piedra toba, el visitante da un salto atrás en el tiempo y descubre la intimidad de Leonardo da Vinci: el gran salón renacentista donde recibía a invitados ilustres, el dormitorio donde murió el 2 de mayo de 1519, la cocina y su gran chimenea donde venía a calentarse en las tardes de invierno, sus talleres…
Y una curiosidad que no debe perderse: aún son visibles los primeros metros del pasadizo subterráneo que unía Clos Lucé con el castillo real de Amboise (donde se encuentra la tumba de Leonardo da Vinci). Se dice que Francisco I utilizaba a menudo esta galería secreta para visitar al que llamaba, con respeto y afecto, «mi padre».