Se trata de una tradición milenaria que se remonta al antiguo Egipto, cuando algunos faraones utilizaban animales para simbolizar su poder y, en particular, la abeja, que representaba la realeza.
En Francia, Childéric eligió este insecto para simbolizar el poder real, mientras que su hijo Clodoveo, el primer rey de nuestra historia, eligió el sapo como emblema. El animal, que en aquella época no tenía la mala fama que sufre hoy, sugería sobre todo las regiones pantanosas de las que procedía su familia. Más tarde, Luis VIII eligió el león, que simboliza la fuerza, al igual que Carlos V, que durante su reinado cambió al delfín, menos feroz pero igual de noble.